Renacer
"Jenna Backer es un chica incrédula y huraña. Tanto que si se encontrara la olla de oro al final del arcoíris, seguiría pensando que no es real.
Pero todo cambia cuando conoce a Caleb, un misterioso joven de su grupo de preparatoria.
¿Qué pasaría si todo lo que pensaba que era un mito resultara ser verdadero? ¿En quién debe confiar?
¿Hasta dónde llegará para descubrir toda la verdad?"
Capítulo 1. Ángel.
La lluvia golpeaba la ventana de mi habitación. Igual que el día anterior. Parecía que el cielo se estaba derrumbando a gotas, pero pensar en eso era una estupidez, claro.
Llevábamos una semana viviendo en esa casa. Después de que mi padre nos abandonara por una mujer que bien podría ser mi hermana mayor, mi madre decidió dejar la grandiosa Nueva York y probar suerte en San Francisco, al lado de la tía Olivia, una anciana que había pasado mas de la mitad de su vida sola con sus gatos. Yo odiaba a los gatos. Y los gatos me odiaban a mí.
—¿Jen, estás ahí?
—Sí, mamá. Pasa.
La puerta blanca se abrió para dar paso a mi madre, Elisa. Era una mujer sumamente hermosa (aunque todas las hijas estamos "obligadas" a pensar que nuestras madres son hermosas) de cabellos castaños y ojos verdes; yo, por mi parte, había heredado el cabello rojo intenso, la miopía, y las orbes miel de papá. Era la maldición de mi vida, ser idéntica al hombre a quien ahora odiaba mas que a nadie.
—Es hora de irnos, no quiero que llegues tarde a tu primer día en Lowell.
—Oh, Lowell. -musité con pesadez- Olvidaba que seré la chica que no tendrá compañía en el almuerzo.
—Vamos, no creo que sea tan malo. Será divertido.
—Sí, divertidísimo.
—Jen, tú sabes porque hago esto.
—Sí. Lo haces porque no quieres que él nos encuentre, -repliqué, haciendo énfasis en "él"- pero no importa, de todos modos ya estoy acostumbrada a ser la antisocial del colegio.
—Lo dices como si quisieras regresar con él -reprochó.
—Yo no dije eso, ni loca volvería a nuestra antigua casa. Si tú estás bien, yo también.
Sonreí con melancolía mientras me abrazaba. Sentí sus lagrimas humedeciéndome el corto cabello pelirrojo, y de cierta forma me sentí culpable. Después de todo, ella no tenía la culpa de nada, sólo se había enamorado del hombre equivocado.
Se limpió las lagrimas, y forzándose a sonreír, salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella. Solté un gran suspiro; tenía un nudo en la garganta, y no quise hablar mas por temor a soltarme a llorar. No, ya había llorado lo suficiente. Tenía que ser fuerte si quería que mamá también lo fuera.
Mordiéndome el labio inferior, tomé mi pequeña mochila azul y salí de la habitación. No me gustaba la casa, había montones de periódico empaquetado con cinta adhesiva por todos los pasillos; el tapiz de las paredes era, además de deprimente, anticuado; y así usara varias latas de desodorante en aerosol, siempre olía a desperdicios de gato y a medicina.
Entrando al comedor, vi que la tía Olivia estaba ahí, almorzando un enorme tazón de avena mientras acariciaba la panza de Hermes, el felino mas desagradable que haya tenido la desgracia de conocer. Al verme, el felino lanzó un bufido y saltó fuera de la cocina hasta perderse de vista. De todos los gatos de la casa, aquel era al que mas odiaba, y él parecía ser el que mas me odiaba de todos. El sentimiento era correspondido.
—Se ha estado comportando muy extraño -dijo la tía Olivia en tono distraído- tal vez necesita un masaje de cuerpo completo para quitar el estrés.
—Tal vez necesita desaparecer -murmuré.
Mi madre me lanzó una mirada asesina. Pero no podía evitar decir lo que pensaba en voz alta, era parte de mi personalidad batracia que generalmente terminaba por repeler a las personas. Otra de las malditas cosas que mi padre me había heredado. Odiaba hacer eso. Odiaba alejar a las personas y cerrarme las puertas a un futuro brillante gracias a mi extrema sinceridad.
De pronto, el claxon del autobús escolar me regresó a la realidad. Ni siquiera había mordido la manzana que estaba en mi plato. La metí a la mochila y salí enfurruñada de la cocina, maldiciéndome en silencio por ser una persona lenta y distraída.
—Que te vaya bien -escuché decir a mi madre detrás de mí.
—Gracias -respondí con un poco de indiferencia.
Mientras caminaba hacia el autobús, tuve un sentimiento de culpabilidad. Desde que habíamos llegado a San Francisco, nuestra comunicación se había vuelto fría y hostil, como si ella tuviera la culpa de todos mis problemas. Estaba siendo muy injusta con ella, y mi actitud apática por esa nueva vida no ayudaba.
Al subir al camión, sentí como si me hubieran lanzado miles de flechas a la vez. Todas las miradas de los presentes cayeron sobre mí como bombas. Y sí, también odiaba eso: ser el centro de atención.
Caminé en busca de un lugar vacío. Nadie quería dejarme sentar a su lado, y mi única opción fue una de las filas de la parte trasera, donde al parecer se sentaban todos los inadaptados sociales: desde los nerds de la clase, hasta los darketos.
Al parecer, mi primer día en Lowell no sería tan "divertido" como mi madre pronosticaba. Me puse mis audífonos y subí el volumen de la música con la intención de ignorarlos a todos; sin embargo, aún sentía una mirada sobre mí. Sin poder soportarlo más, miré disimuladamente al asiento detrás de mí.
Y ahí estaba él, fijo como una gárgola, con expresión seria y sus ojos fijos en mí. La profundidad de su mirada y la quietud de su postura eran inquietantes, no parpadeaba y no parecía respirar, como si fuera un muñeco de cera. Estaba totalmente vestido de negro. Sus orbes eran grises, su tez blanca y sin imperfecciones, y su cabello negro azabache... sus facciones eran muy delicadas para ser hombre: nariz pequeña, labios delgados, mentón afilado...
Intenté distraerme en otra cosa, pero era imposible. Como si sus ojos me hipnotizaran, obligándome a verlo...
oooOooo
-Eh... mi nombre es Jenna Backer.
La primera clase del día era Literatura. Después de dar su clase donde nos explicó en que consistiría el curso y la forma en que iba a evaluarnos, la profesora, una mujer de rizos rubios y labios pintados en un tono rojo intenso llamada Maggie Thompson, nos pidió que nos presentaramos todos ante el resto de la clase. No tendría ningún inconveniente con ello si no fuera por mi pánico a hablar en público y porque todos esos chicos ya se conocían. Yo era la única cara nueva del año.
Con impaciencia escuchaba a todos presentarse: Susan, Ian, John... cuando el chico que estaba detrás de mí comenzó a hablar, mis manos se sintieron temblorosas. Limpié el sudor de ellas en mi pantalón, no quería que todos vieran lo nerviosa que estaba. No quería que me tomaran por una persona débil desde el primer día de clases.
—Te toca, linda -farfulló la profesora.
Miré a mi alrededor, confundida. Me había quedado tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera me había dado cuenta de que ya era mi turno. Genial, hice el ridículo total antes del almuerzo. Me puse de pie.
—Yo... -comencé- me llamo Jenna Backer.
No sabía que mas decir.
—¿Y? -me cuestionó la profesora- ¿Sólo eso? ¿No tienes nada mas que contarnos? ¿Cuántos años tienes, tus hobbies, que te gustaría estudiar?
—Eh... -balbuceé, enrollando mi chaqueta de cuero por la parte de abajo- tengo 17 años... vengo de Nueva York...aún no sé que haré con mi vida...
Se escuchó una carcajada general. Y cuando estaba punto de gritar y salir corriendo lo mas lejos posible, lo vi. Ahí estaba el muchacho del autobús, sentado hasta el fondo del salón, sin despegar sus ojos de mí. ¿Cuándo había llegado a la clase? ¿Cómo no lo había visto antes? Comenzaba a preocuparme la forma en que me miraba, no era con odio, pero tampoco era muy amistosa.
Sin embargo, parecía como si me estuviese alentando a seguir hablando, que quería saber más de mí. Hubo un momento en el que solamente podía mirarlo a los ojos. Lentamente, alzó una ceja, y de pronto, tuve la extraña sensación de que mis nervios habían desaparecido, sentía que podía seguir hablando acerca de mí...
Entonces, justo cuando me había armado de valor, sonó la campana para ir a la siguiente clase.
—Chicos, nos veremos mañana -dijo la profesora en tono aburrido mientras acomodaba sus rizos rubios y tomaba sus cosas. Soltó un gran bostezo y salió apresurada del salón.
Acto seguido, todos se levantaron de sus asientos para ir a la siguiente clase. El grupito de chicos del equipo de americano pasó a mi lado para burlarse de mi estúpida actuación; los ignoré, yo sólo buscaba esa intensa mirada gris que me había dado consuelo en los últimos minutos.
Sin embargo, el chico se había esfumado. Ni siquiera me había dado tiempo de acercarme a preguntar su nombre. Y quizá era la única clase que compartíamos. Investigar su horario habría sido algo ridículo, y buscarlo salón por salón sería patético. Pero algo me provocaba la desesperada necesidad de hablar con él...
Él era demasiado perfecto, no podía ser un humano. Era como... un ángel.
¡Hola! Esta es una historia en la que ahora estoy trabajando. Aunque por ahora sólo llevo este capítulo, espero poder subir el siguiente en poco tiempo.
Espero que les haya gustado :3
Nos estamos leyendo.
Karla Cg.