Capítulo III
Jason
De alguna manera él la conocía. El reconoció su vestido -floreado verde y rojo, envolvente, como la falda de un árbol navideño. Él reconoció las coloridas pulseras en sus muñecas que se habían hundido en su espalda cuando ella lo abrazó en despedida en la Casa del Lobo. Él reconoció su cabello, su súper peinada corona de cabellos rizados teñidos y su esencia de limones y aerosol.
Sus ojos eran azules como los de Jason, pero ellos resplandecían como luz fracturada, como si ella acababa de salir de un bunker tras una guerra nuclear… buscando desesperadamente por detalles familiares en un mundo que ha cambiado.
—Queridísimo —ella le tendió los brazos.
La visión de Jason se estrechó. Los fantasmas y necrófagos ya no importaban.
Su disfraz de niebla se esfumó. Su postura se enderezó. Sus articulaciones dejaron de doler. Su bastón de apoyo se convirtió en una gladius de oro imperial.
La sensación ardiente no paró. Sentía como si capas de su vida estuvieran siendo chamuscadas —sus meses en el Campamento Mestizo, sus años en el Campamento Júpiter, su entrenamiento con Lupa, la diosa lobo. Él era un vulnerable y asustado niño de dos años otra vez. Aún la cicatriz en su labio, de cuando él había intentado comer una grapa cuando era un recién nacido, picaba como una herida fresca.
— ¿Mamá? —logró decir.
—Sí, queridísimo. —Su imágen parpadeó— Ven, abrázame.
—Tú no… tú no eres real.
—Por supuesto que ella es real —la voz de Michael Varus sonó muy lejos— ¿Pensaste que Gea dejaría a tan importante espíritu languidecer en el inframundo? Ella es tu madre, Beryl Grace, estrella de televisión, amorcito del Rey del Olimpo, quien la rechazó, no una, sino dos veces, en ambas formas, romana y griega. Ella merece justicia tanto como cualquiera de nosotros.
El corazón de Jason se sintió mareado. Los pretendientes se acercaron alrededor de él, mirando.
Soy su entretenimiento, Jason comprendió, Los fantasmas probablemente encuentren esto aún más divertido que dos pordioseros peleando hasta la muerte.
La voz de Piper cortó el zumbido en su cabeza.
—Jason, mírame.
Ella se paró a veinte pies, sujetando su ánfora de cerámica. Su sonrisa se había ido. Su mirada era furiosa y autoritaria -tan imposible de ignorar como la pluma de arpía en su cabello.
—Esa no es tu madre. Su voz está trabajando algún tipo de magia en ti, como el encantamiento vocal, pero más peligroso. ¿No lo puedes sentir?
—Ella está en lo cierto —Annabeth trepó sobre la mesa más cercana.
Pateó una fuente a un lado, sorprendiendo a una docena de pretendientes.
—Jason, eso es sólo un retazo de tu madre, como una ara, tal vez, o…
— ¡Un retazo! —el fantasma de su madre gimió— Si, mira en lo que he sido reducida. Es la culpa de Júpiter. Él nos abandonó. ¡Él no quiso ayudarme! Yo no quería dejarte en Sonoma, mi querido, pero Juno y Júpiter no me dieron opción. No nos permitirían permanecer juntos. ¿Por qué pelear por ellos ahora? Únete a estos pretendientes. Guíalos. ¡Podemos ser una familia otra vez!
Jason sintió cientos de ojos sobre él.
Esta había sido la historia de su vida, pensó amargamente. Todos siempre lo habían mirado, esperando que dirigiera el camino. Desde el momento que llegó al Campamento Júpiter, los semidioses lo habían tratado como un príncipe en espera. A pesar de sus intentos por cambiar su destino —uniéndose a la peor cohorte, tratando de cambiar las tradiciones del campamento, tomando las misiones menos glamorosas y haciéndose amigo de los chicos menos populares— él había sido hecho pretor de todos modos. Como un hijo de Júpiter, su futuro había sido asegurado.
Él recordó lo que Hercules le había dicho en los Estrechos de Gibraltar: No es fácil ser un hijo de Zeus. Demasiada presión. Eventualmente, puede hacer a un chico quebrarse.
Ahora Jason estaba aquí, demacrado y tenso como la cuerda de un arco.
—Tú me dejaste —dijo a su madre— Ese no era Júpiter o Juno. Esa eras tú.
Beryl Grace dio un paso hacia adelante. Las arrugas de preocupación alrededor de sus ojos, la tensión dolorosa en su boca le recordó a Jason a su hermana, Thalía.
—Querido, te dije que volvería. Esas fueron mis últimas palabras para ti. ¿No te acuerdas?
Jason sintió un escalofrío. En la Casa del Lobo su madre lo había abrazado por última vez. Ella había sonreído, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Todo está bien —Ella había prometido. Pero incluso como un niño pequeño Jason supo que no estaba todo bien— Espera aquí. Regresaré por ti, querido. Te veré pronto.
Ella no había vuelto. En cambio, Jason había vagado en las ruinas, llorando y solo, llamando a su madre y a Thalía. -Hasta que los lobos llegaron por él.
La promesa incumplida de su madre era el núcleo de quien Jason era. Él había construido su vida entera alrededor de la molestia por sus palabras, como el grano de arena en el centro de una perla.
La gente miente. Las promesas se rompen.
Este era el por qué, por mucho que le fastidiara, Jason seguía las reglas. Él mantenía sus promesas. Él nunca querría abandonar a alguien de la forma en que él fue abandonado y engañado.
Ahora su madre había vuelto, borrando la única certeza que Jason tenía de ella -que ella lo había dejado para siempre. Del otro lado de la mesa, Antinoo levantó su copa.
—Encantado de conocerte, hijo de Júpiter. Escucha a tu madre. Tú tienes muchas quejas contra los dioses. ¿Por qué no unírtenos? Yo deduzco que estas dos sirvientas son tus amigas. Les perdonaremos la vida. ¿Deseas tener a lo que queda de tu madre en el mundo? Podemos hacer eso. Tu deseas ser un rey…
—No —La mente de Jason estaba dando vueltas— No, yo no pertenezco a ustedes.
Michael Varus lo observó con ojos fríos.
— ¿Estás tan seguro, mi compañero pretor? ¿Aún si vencieran a los gigantes de Gea, retornarían a casa como lo hizo Odiseo? ¿Dónde está tu hogar ahora? ¿Con los griegos? ¿Con los romanos? Ninguno te aceptará. Y si tú regresas, ¿Quién dice que no encontrarás ruinas como estas?
Jason observó el patio. Sin las ilusiones de balcones y columnas no había nada más que una pila de escombros en una cumbre desierta. Sólo la fuente se veía real, lanzando arena de un lado para otro, como un recordatorio del poder ilimitado de Gea.
—Tú fuiste un oficial de la legión —le dijo a Varus— Un líder de Roma.
—Al igual que tú —dijo Varus— Las lealtades cambian.
— ¿Tú piensas que yo pertenezco con esta gente? —preguntó Jason— ¿Un puñado de difuntos perdedores esperando por una limosna de Gea, quejándose de que el mundo les debe algo?
Alrededor del patio, fantasmas y necrófagos se pusieron de pie y desenvainaron sus armas.
—Cuidado —Piper chilló de entre la multitud— Todo hombre en este lugar es tu enemigo. Cada uno te apuñalará en la espalda a la primera oportunidad.
En las últimas semanas, el encantamiento vocal de Piper se había tornado verdaderamente poderoso. Ella dijo la verdad, y la multitud le creyó. Ellos vieron a los lados, el uno al otro, las manos tensando las empuñaduras de sus espadas.
La madre de Jason caminó hacia él.
—Querido, se sensato. Abandona tu misión. Tu Argo II nunca podrá hacer el viaje a Atenas. Y aún si lo hicieran, está el asunto de la Athena Parthenos.
Un estremecimiento pasó a través de él.
— ¿Qué quieres decir?
—No finjas ignorancia, mi querido. Gea sabe sobre tu amiga Reyna, Nico, el hijo de Hades y el sátiro Hedge. Para matarlos, la Madre Tierra ha enviado a su más peligroso hijo -el cazador que nunca descansa. Pero tú no tienes que morir.
Los fantasmas y necrófagos se acercaron -doscientos de ellos encarando a Jason con anticipación, como si él pudiera guiarlos en el himno nacional.
El cazador que nunca descansa.
Jason no sabía quién era el cazador, pero tenía que alertar a Reyna y a Nico. Lo que significaba que él tenía que salir de allí vivo.
Él miró a Piper y a Annabeth. Ambas paradas y preparadas, esperando a su señal. Se forzó a encontrar los ojos de su madre. Ella se veía como la misma mujer que lo había abandonado en Sonoma 14 años atrás. Pero Jason ya no era un recién nacido. Él era un veterano de guerra, un semidiós que había enfrentado la muerte incontables veces.
Lo que vio frente a él no era su madre —o al menos, no lo que su madre debería ser— cuidadosa, cariñosa, desquiciadamente protectora.
Un retazo, Annabeth la había llamado.
Michael Varus le había dicho que los espíritus aquí eran sustentados por sus mayores anhelos. El espíritu de Beryl Grace brillaba con necesidad. Sus ojos demandaban la atención de Jason. Sus brazos estirados, desesperada por poseerlo.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Jason— ¿Qué te trajo aquí?
—¡Quiero vida! —ella gimió— ¡Juventud! ¡Belleza! Tu padre pudo haberme hecho inmortal. Él nos pudo haber llevado al Olimpo, pero él me abandonó. Tú puedes arreglar las cosas, Jason. ¡Tú eres mi valiente guerrero!
Su esencia a limón se tornó agria, como si estuviera comenzando a quemarse. Jason recordó algo que Thalía le había dicho. Su madre se había vuelto crecientemente inestable, hasta que su desesperación la había conducido a la locura. Ella había muerto en un accidente, resultado de que manejara borracha.
El vino en el estómago de Jason se agitó. Él decidió que si sobrevivía a este día nunca volvería a beber alcohol.
—Tu eres una manía —decidió Jason, la palabra llegada de sus estudios en el Campamento Júpiter, hace mucho- Un espíritu de la locura. Eso es a lo que has sido reducida.
—Yo soy todo lo que queda —Beryl Grace estuvo de acuerdo. Su imagen parpadeó a través de un espectro de colores— Abrázame, hijo. Soy todo lo que te ha quedado.
El recuerdo del Viento del Sur habló en su mente: No puedes escoger a tu parentela. Pero puedes escoger tu legado.
Jasón sintió como si estuviera siendo rearmado, una capa a la vez. Sus latidos se estabilizaron. La tensión dejó sus huesos. Su piel se entibió el la luz de la tarde.
—No —él graznó. Miró a Annabeth y a Piper— Mis lealtades no han cambiado. Mi familia tan sólo se ha expandido. Soy un hijo de Grecia y Roma.
Él miró a su madre por última vez.
—No soy un hijo tuyo.
Él hizo la antigua seña para alejar el mal -tres dedos apartándose de su corazón- y el fantasma de Beryl Grace desapareció con un suave silbido, como un signo de liberación.
El fantasma de Antinoo apartó su copa. Estudió a Jason con una mirada de perezoso disgusto
—Bien, entonces —dijo— Supongo que solo te asesinaremos.
Alrededor de Jason, los enemigos cerraron filas.
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